La tarde languidecía en ese frio día de primavera, donde la brisa del sur calaba los huesos, de aquellos que se aventuran a salir de sus reductos. Nuestro hombre, avezado viajante de todos los climas, estaba bien preparado para soportar las inclemencias, campera de cuero bien curtida, de las antiguas, cuando el cuero era cuero y no un emulo de tela por lo finito que lo dejan, guantes de otra época y pantalones gruesos para soportar lo que sea, a pesar que llevaba guardamontes, como protección adicional sujetados a cada lado de su viejo y legendario caballo. Así cubierto, subió a su corcel y enfilo por la cañada, que lo  toparse con una larga llanura donde viajaban diversos rebaños y varios vaqueros algo mezclados en dirección al oeste. Los  rebaños de varios tipos y los vaqueros de diversa laya, algunos montaban  corceles otros simples potrillos.
Confiado en su fiel amigo se adelanto a un pequeño rebaño de vacunos  y yeguarizos y noto que entre estos había dos jóvenes potrillos, que salieron disparados hacia adelante.  Habían recorrido media legua cuando nuestro jinete noto que atrás suyo se acercaba peligrosamente un toro de aquellos, grande y robusto como sus antepasados de Lidia.  Lo lógico habría sido  apartarse, total no tenia mayor apuro, pero la ya también legendaria competencia entre vaqueros, lo llevo a perseguir a  los dos potrillos que iban adelante, azuzo a su caballo para alcanzarlos y casi cuando estaba en la misma línea de ellos metiéndose en el medio de ambos, el potrillo de la derecha, se cruzo peligrosamente y su pata trasera choco con las patas delanteras del caballo en que viajaba nuestro jinete. Fue solo un instante, ruido, relinchos y un jinete que sale despedido por los aires y que sin perder el sombrero vio como la silla, y el recado seguían su misma ruta, en tanto el corcel daba volteretas por la llanura, mientras se abalanzaba sobre ellos una figura enorme de un toro con un numero rojo pintado en la frente que parecía que no podía parar.
En una fracción de segundo nuestro hombre pensó que muchas veces uno se hace problemas por nada y que a muchas cosas se le da más importancia de la que realmente tiene. Ahí estaba el,  volando como pájaro sin poder dominar los acontecimientos.
El golpe contra el piso fue duro, pero su contextura ágil y entrenada y sobre todo bien protegido para la ocasión solo contabilizo unos raspones en la rodilla y un lindo golpe en el hombro, pero que no impidieron que se levantara como resorte para poder contemplar que otros vaqueros se habían apeado y que la ayudaron a poner en pie a su corcel que golpeado y todo no había perdido la línea. El toro, estada parado sin moverse, lo cual fue una salvación ya que su masa hubiera terminado  con el  corcel y su jinete.
Una vez que se aparto del camino, todos los rebaños siguieron su ruta…..los potrillos habían desaparecido como hojas que lleva el viento.
Nuestro hombre se puso a ensillar de nuevo a su caballo, lo reviso, para ver si  estaba en condiciones de seguir, y al comprobar que todo estaba en su lugar menos el  orgullo herido, lo volvió  a montar, para recorrer la legua que le faltaba para llegar a su rancho.
Su esposa lo aguardaba como siempre, cuando se saco el sombre algo estropeado, pero casi entero, se lo dio para que lo llevara como siempre al clavo en el que dormía hasta el próximo viaje.
Cuando ella vio que no caminaba bien y lo que le costó sacarse la vieja campera, algo sospecho, pero no dijo nada, solo espero que el jinete hablara y esto solo le dio un fuerte abrazo.  Ya abría otra oportunidad  para contar la historia.