Ésta es la Patagonia. El viento, el polvillo permanente, la nieve... nada nos es ajeno. Forma parte de nuestro paisaje y de nuestra rutina de limpieza y cuidados por alergias frecuentes. Lo que no forma parte de nuestra rutina es esta nieve de abajo.
Que le llame "nieve" es una ilusión, una ilusión que dura hasta que toca la piel: es nieve seca, áspera, casi impalpable. Y cuando se deposita, claro que no es un manto blanco; es una tonalidad grisácea, terrosa: ella viene de la tierra. Viene de abajo.
Casi puedo estar ahí. Acompáñeme, ahí donde se gesta esta nieve temible, poderosa como su origen, el horno cordillerano sobre el que nos recostamos. ¿No vio "Viaje al centro de la tierra?" Julio Verne imaginó, en base a lo que ya se sabía sobre el núcleo de fuego derretido que es el corazón de nuestro planeta, su novela convertida en película,
Así que estamos en medio de un fuego más allá de toda profundidad y medida, aunque la ciencia nos dé quilómetros y grados centígrados. Una potencia encerrada, pugnando por salir, por volver a ser el todo que alguna vez era. Y encuentra fisuras. Y avanza y licua y destroza, piedras enormes, bloques maravillosos de gemas gigantescas, ¿las ve? No; no nos podemos quedar. Los diamantes son los diamantes pero con éstos no se trafica, ni con los ópalos y esmeraldas y zafiros como edificios porque el fuego ahora devenido en río de rocas hechas crema roja palpita, intuye la cercanía del cielo, del que el frío de los milenios lo privó, y su envión es tremendo y nos envuelve y sacude y marea y produce rugidos de frustración y alegría anticipatoria porque estamos cerca...
Afuera, el diminuto mundo vacila en su devenir. Pájaros y animales, plantas y humanos, casas y aviones y ondas y aguas tiemblan con el acontecimiento.
Antiguo y adorado, objeto de mitos y leyendas –para el mapuche, el hogar del padre de razas y linajes, Pillán, y cuando se ofende Pillán tiembla y escupe en dimensiones escatológicas y quizás los sacrificios lo aplaquen– los volcanes convocan un aterrador pasado que no es pasado, que convive con nosotros que ahora estamos precedidos de temblores externos y fumarolas y nubes altísimas, plumas le han puesto, pluma será.
Y nos expulsa, atontados, desmenuzados, convertidos en pequeñas rocas grisáceas, livianitas hasta que se juntan, y caemos libres al fin, cubriendo seres y astros y convirtiendo el sol en un redondel enfermizo.
Y la nieve de abajo cubre todo, trastoca todo, obliga a tomar dimensión de nuestra pequeñez, nuestra generalmente magnífica pequeñez hasta que pasan estas cosas que hacen los dueños reales del planeta y juega el viento y se llama tornado y juega el mar y se llama tsunami y juega la montaña y se llama erupción. ¡Ah, somos una raza buena para etiquetar!
La energía se ha cortado. El atardecer ya es oscuridad de un sol apenas entrevisto. Vacilantes lucecitas, aquí y allá. Y podemos vislumbrar cómo se desenrollan los sellos del Apocalipsis.
María Emilia Salto
(Escrito y publicado en el día de hoy por una lugareña, vieja conocida mía, en el diario Río Negro)