Palabras cruzadas y novelas policiales ofrecen un goce similar y suelen tener los mismos aficionados. El atractivo descansa en el equilibrio entre la repetición y la novedad, entre una estructura que regresa, incesante, y una sorpresa escondida.
En las páginas de la revista Alexander's Weekly y el inventor del relato policial, Edgar Allan Poe, desafiaba a los lectores a descifrar acertijos de su invención. En su cuento El escarabajo de oro Poe nos explica cómo resolver mensajes cifrados a través de la frecuencia con que se repiten los signos.
También hay un cuento de Conan Doyle donde Sherlock Holmes se enfrenta a un mensaje secreto: El misterio de los bailarines.
En tiempos de Poe y luego de Conan Doyle, los juegos aún no tenían su propia identidad gráfica, pero vivían escondidos en misceláneas periodísticas y en la ficción.
Entre nosotros, quien mantuvo esa cercana relación entre los juegos y la literatura fue el escritor uruguayo Mario Levrero, que trabajó como jefe de redacción de la revista Cruzadas durante los años '80. En su libro La novela luminosa - que es un diario personal- cuenta Levrero la noche de octubre del año 2000 en que encuentra en su departamento de Montevideo, los viejos ejemplares de Cruzadas, y se pone a completar crucigramas y a revisar el correo de lectores. Llega la madrugada, se ha quedado toda la noche obsesionado con el pasado, y al final escribe: "Todo pasado es también un criptograma que debo descifrar".
Los creadores de juegos no suelen firmar sus obras, lo que me parece una injusticia, porque han dedicado muchas horas a jugar a las escondidas con las palabras. Hay excepciones: Stanko Jerebic firmaba los suyos, y también lo hace Angel Freire, que confía en el encanto de la dificultad.
A Jerebic lo conocí ( pero nunca me animé a hablarle) cuando él era jefe de redacción de la revista Jocker, en la editorial Abril. Durante muchos años hizo también el criptograma literario de La Nación, Jerebic, nacido en Eslovenia en 1930, llegó a Buenos Aires en barco cuando era un adolescente.
Quizás es un caso único en el mundo: el de alguien que aprendió a hacer juegos con palabras en un idioma que no es su lengua natal.
Quien ha homenajeado a los creadores de crucigramas es el escritor boliviano Edmundo Paz Soldán, con un cuento extraordinario: Dochera. Su protagonista, Benjamín Laredo, circunspecto hacedor de palabras cruzadas, sucumbe al amor y así convierte el juego, día tras día, en un enigma que solo una persona en el mundo puede descifrar.
Quién sabe cuántos creadores de crucigramas han tenido una utopía similar: esconder entre los ríos de Asia, dioses egipcios y precisiones botánicas, su propio secreto.___________________________
Pablo De Santis
Buenos Aires, Argentina, 1963
****Notorio exponente de la literatura infantil y juvenil, y guionista de historietas.
Konex de Platino (2004), el Planeta-Casa de América (2007) y el Premio Nacional de Literatura Infantil (2012)