Sigo buscando el cuento de mi araña.
Aùn no lo he encontrado, espero que no haya ido a la basura. (ESPERO QUE NO... )
Pero si encontrè otros en un cd que tenìa con almacenaje de datos... datos que sobrevivieron seguramente a las varias formateadas de la pc.
Les comparto uno:

LOS MILAGROS EXISTEN

Era la víspera de Navidad.
Miró a su alrededor y se encontró viendo la parte más dura de la existencia.
Esa, a la que nadie quiere llegar:
La indefensión y la decadencia de la vejez, lo humillante de no ser casi dueño de los propios actos y el aislamiento lamentable, culpa de los sentidos caducos. El final tan deseado y que no llega, el abismo al que no se salta porque tampoco se tiene la fuerza necesaria ya que la creencia quita esa voluntad...
Y la impotencia de los demás, por lo mismo y por el propio miedo a lo que se viene y que nadie quiere asumir.
Estaba en medio de lo que tantas veces había eludido. Pero esta vez, fue inevitable.
Quizás porque sabía que era su deber, moral o ético ¿qué importaba?
Los caminos de Dios son misteriosos.
Cuando todo en el universo se confabula para que los hechos sean como deben ... ¿qué se puede hacer sino actuar el papel que nos toca en el instante preciso?
Por éste y otros motivos, no tenía nada que festejar. Más que eso, lo único que quería era llorar de manera indefinida y si hubiera podido, a solas, sin testigos de su propia debilidad.
La vida le había matado las ilusiones y las ganas de creer en tantas cosas, que casi no tenía ganas de seguir adelante. Se sentía vacía por dentro y más hueca por fuera. Poco o nada para dar y darse. Hubiera necesitado un abrazo en silencio y toneladas de comprensión, pero lo único que halló fue soledad, indiferencia y lágrimas saladas que no alcanzaban para lavarle la tristeza y la desazón que sentía.
El balance anual, daba negativo y el de los años anteriores, pérdida.
Se encontró pensando el triste sentido de su vida y cual había sido el error.
Su mente le contestó que cada uno hacía lo que podía con lo que le tocaba.
Y otra voz, en su interior, le dijo que buscara en su corazón la respuesta...
Y como milagro inesperado, surgió el deseo de que todos en el planeta tuviesen en la Navidad, aunque fuera, un minuto de felicidad.
Pensó en los enfermos, en los huérfanos, en los moribundos, en los que no tienen nada más que su propia soledad y que nadie se la desea quitar, en los que nacieron y viven en la guerra sin conocer otra cosa que la muerte y el dolor, también se acordó de los que no pueden hallar su lugar en este mundo y los que habiéndolo hallado no están seguros de que sea el suyo. En los que tienen hambre de amor y en los que teniéndolo, no lo valoran. De los que siembran destrucción por ambiciones oscuras y de los que las padecen...
En los que no entienden que el tiempo es breve y que poco se puede hacer para alargarlo. En los que no son libres y cargan con la culpa de no haber tenido oportunidades. En aquellos que por débiles son esclavos de sus adicciones, y en los que las generan por ambición. Se acordó también de otros actores cuyos papeles eran duros, solo porque en el reparto de la obra, tenían que rendir para ser mejores. Se acordó de tantas cosas...
Se acordó del dolor que acarrean la mentira y la maldad, la indiferencia y el egoísmo y quiso que aunque fuera por ese día, nadie las padeciera.
Fue tanta la intensidad de su deseo, que la conmovió.
Las lágrimas le ganaron de nuevo porque se descubrió un poco menos egoísta.
Y se olvidó del deseo y de su malestar.
Siguió con las odiosas tareas diarias sin pensar más en todo esto, que sabía estaba fuera de su alcance decidir y ejecutar.

La Navidad llegó y se fué como un suspiro, como un día más...
Y nunca supo tampoco que su deseo se había cumplido.
Y aunque todos tuvieron ese minuto de gracia, nadie lo valoró.
Quizás, porque ya no se cree en los milagros.
Lo cierto es que ella descubrió que pudo escribir este cuento aunque se sentía muy hueca y vacía por dentro y por fuera.
Y eso, fué lo que le hizo creer que los milagros si existen.