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LA DEMONIZACIÓN DE ROCA Y EL OLVIDO DE SARMIENTO
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15102011
LA DEMONIZACIÓN DE ROCA Y EL OLVIDO DE SARMIENTO
Vos que pensás de ésto?
Para el "kirchnerismo duro", la historia no es algo real -lo que en verdad ocurrió, que sólo puede conocerse mediante serias investigaciones- sino algo imaginario, el relato , esa visión del pasado que impone hacia atrás el grupo dominante. La llamada batalla cultural en que la que están empeñados los ultrakirchneristas consiste en sustituir la visión hasta ahora predominante de nuestro pasado, lo que ellos llaman "el relato liberal", por "otro relato", en el cual los próceres de antaño pasan a ser los villanos y las figuras emblemáticas del proceso nacido en 2003, particularmente Néstor Kirchner, pasan a ser los nuevos próceres. La batalla cultural que ha emprendido el ultrakirchnerismo apunta a dos objetivos centrales: de un lado, beatificar a Kirchner; del otro, demonizar a los representantes de la que ellos llaman "la Argentina liberal" y, particularmente, a Julio Argentino Roca, que presidió nuestro país de 1880 a 1886, y de 1898 a 1904.
La demonización de Roca es un proyecto que discurre a través de tres vías convergentes cuya intención común es destronarlo de la consideración de los argentinos de hoy y, particularmente, de los jóvenes que, a la inversa de los ciudadanos de edad madura, no pueden refutar a los promotores de la "batalla cultural" desde sus propios recuerdos. La primera de estas vías es la publicación de supuestos libros de historia que, en realidad, no son otra cosa que piezas de propaganda para el consumo de los menos informados. La segunda vía tiende a manchar, destruir o mutilar los monumentos que, desde la Patagonia hasta Buenos Aires, han venido exaltando a Roca desde hace un siglo. La tercera vía es borrar su imagen hasta de los billetes de cien pesos.
Bastan algunos ejemplos para ilustrar esta campaña. El escritor Osvaldo Bayer ha propuesto retirar la estatua de Roca de la ciudad de Buenos Aires porque, en su opinión, "fue el Hitler argentino". La diputada Cecilia Merchán propuso reemplazar la figura de Roca de los billetes de cien pesos por la imagen de Juana Azurduy, una heroína indudable de nuestra independencia. Otro diputado, esta vez agrario y radical, Ulises Forte, quiere sustituir a Roca en los billetes de cien pesos por estampas del famoso Grito de Alcorta de 1912, que dio nacimiento a la pujante Federación Agraria. Los diputados del Frente para la Victoria han anunciado que impulsarán el reemplazo de Roca en los billetes por la figura, sin duda elogiable, de Hipólito Yrigoyen. En el imponente Centro Cívico de San Carlos de Bariloche, el monumento a Roca que todavía lo preside ha sido un blanco incesante de pintadas agresivas que anuncian la intención de removerlo.
Ataque y defensa
El principal argumento que se utiliza para denostar a Roca es que en la Campaña del Desierto de 1877, que condujo como ministro de Guerra, incurrió en genocidio para aniquilar a los "pueblos originarios" que poblaban la Patagonia. Bastaría recurrir a verdaderos historiadores como Félix Luna en su espléndida biografía, que lleva por título Soy Roca , o a otros estudiosos, como Luis Alberto Romero, para desenmascarar esta falacia. En primer lugar, porque los mapuches a los que derrotó Roca no eran "pueblos originarios" de la Patagonía sino pueblos "invasores", ya que eran araucanos que provenían de Chile y que habían aniquilado a los verdaderos pueblos originarios, los tehuelches, antes de que llegara Roca. En segundo lugar, porque habría que anotar que muchos mapuches, aunque no todos, sin ser por cierto los idílicos "buenos salvajes" de Rousseau, desataron los malones que mataban a nuestros pioneros rurales, y raptaban a sus mujeres, llevándose el producto de sus sangrientas correrías al otro lado de la cordillera. En tercer lugar, porque Roca, lejos de ser un despiadado "genocida", pactó la paz con casi todas las tribus invasoras.
La calificación de "genocida" mediante la cual se lo pretende demonizar incurre en un pecado que el propio Max Weber denunció cuando sostuvo que el verdadero historiador no es quien retroproyecta sus propios valores al pasado, sino quien describe a los protagonistas del pasado desde los valores que ellos mismos poseían. En la Argentina de 1877 había un consenso prácticamente unánime por librar a los colonos del flagelo del malón, y Roca lo instrumentó no sólo con solvencia militar, sino también con mesura política, reduciendo su acción militar a batir en combate a los pocos miles de lanzas que, pese a sus ofertas de paz, lo desafiaban.
Debe reconocerse también que Roca no consiguió que Chile admitiera nuestra soberanía sobre la Patagonia mediante una guerra que supo evitar, sino que, haciendo gala de su insuperada astucia, justamente cuando Chile libraba contra Perú y Bolivia la Guerra del Pacífico de 1879-1883, con sólo insinuar al gobierno trasandino que, a menos que aceptara nuestros reclamos en el Sur, entraríamos en esa guerra del lado de sus enemigos, obtuvo lo que pretendía sin disparar un tiro. Fue gracias a esta incruenta estratagema como consolidó el dominio argentino de la Patagonia, y logró que millones de pobladores ulteriores, entre ellos el propio Kirchner, pudieran sentir más tarde el aguijón de la argentinidad. Roca nos dio la Patagonia sin derramamiento de sangre. ¿Decretar su demonización agregándole la beatificación simultánea, fulminante y antagónica de Kirchner no es llevar la ideología demasiado lejos?
De Roca a Sarmiento
A Sarmiento no se lo ha demonizado como a Roca. Aún hoy, se lo sigue honrando desde todos los rincones del arco ideológico. Pero ¿estamos prolongando en verdad su legado, que no fue otro que asentar el futuro argentino sobre el pilar de la educación? Sarmiento nos puso a la cabeza de América latina a partir de un acontecimiento sin parangón: la irrupción revolucionaria de la educación pública y gratuita. Fue gracias a su extraordinaria visión como los niños y los jóvenes, sea cual fuere su origen económico, recibieron el don de la igualdad de oportunidades. Una igualdad que estaba fundada, eso sí, sobre la disciplina y el esfuerzo. Hoy, hasta las familias más pobres pugnan por ingresar en la educación privada y pagan lo que no tienen para escapar del derrumbe de la educación pública.
¿A Sarmiento aún lo honramos, entonces, sólo de la boca para afuera? Su obra revolucionaria fue posible porque giró en torno de la exaltación de la figura del maestro , por todos venerada. ¿Qué padre se atrevía a contradecir al maestro, supuestamente en nombre de sus niños? Hoy, hay padres que agreden a los maestros en representación de esos hijos a quienes consienten, si los maestros osan aplicarles una mala nota. ¿Dónde ha quedado el exigente ideal de "mi hijo el doctor"? Llama la atención que los propios docentes hayan sido los primeros en rebajarse a sí mismos al renunciar a su título egregio de "maestros" para autodenominarse modestamente "trabajadores de la educación", como si la dependencia laboral fuera su única condición. Pero ¿no hay acaso entre nosotros miles de docentes que querrían volver a ser considerados maestros y se sienten asfixiados por sus ligaduras sindicales? Con Sarmiento, nuestra tabla de valores ponía en la cumbre al maestro por encima hasta de los propios padres, mientras la misión principal de los niños era, por lo pronto, aprender. A Sarmiento, es verdad, no lo hemos atacado como algunos a Roca. Simplemente, lo hemos olvidado , lo cual es aún más grave porque, en tanto que ya nadie podría quitarnos la Patagonia que Roca nos legó, el olvido de Sarmiento nos está privando de su legado sin que ni siquiera nos demos cuenta... (Por Mariano Grondona)
Para el "kirchnerismo duro", la historia no es algo real -lo que en verdad ocurrió, que sólo puede conocerse mediante serias investigaciones- sino algo imaginario, el relato , esa visión del pasado que impone hacia atrás el grupo dominante. La llamada batalla cultural en que la que están empeñados los ultrakirchneristas consiste en sustituir la visión hasta ahora predominante de nuestro pasado, lo que ellos llaman "el relato liberal", por "otro relato", en el cual los próceres de antaño pasan a ser los villanos y las figuras emblemáticas del proceso nacido en 2003, particularmente Néstor Kirchner, pasan a ser los nuevos próceres. La batalla cultural que ha emprendido el ultrakirchnerismo apunta a dos objetivos centrales: de un lado, beatificar a Kirchner; del otro, demonizar a los representantes de la que ellos llaman "la Argentina liberal" y, particularmente, a Julio Argentino Roca, que presidió nuestro país de 1880 a 1886, y de 1898 a 1904.
La demonización de Roca es un proyecto que discurre a través de tres vías convergentes cuya intención común es destronarlo de la consideración de los argentinos de hoy y, particularmente, de los jóvenes que, a la inversa de los ciudadanos de edad madura, no pueden refutar a los promotores de la "batalla cultural" desde sus propios recuerdos. La primera de estas vías es la publicación de supuestos libros de historia que, en realidad, no son otra cosa que piezas de propaganda para el consumo de los menos informados. La segunda vía tiende a manchar, destruir o mutilar los monumentos que, desde la Patagonia hasta Buenos Aires, han venido exaltando a Roca desde hace un siglo. La tercera vía es borrar su imagen hasta de los billetes de cien pesos.
Bastan algunos ejemplos para ilustrar esta campaña. El escritor Osvaldo Bayer ha propuesto retirar la estatua de Roca de la ciudad de Buenos Aires porque, en su opinión, "fue el Hitler argentino". La diputada Cecilia Merchán propuso reemplazar la figura de Roca de los billetes de cien pesos por la imagen de Juana Azurduy, una heroína indudable de nuestra independencia. Otro diputado, esta vez agrario y radical, Ulises Forte, quiere sustituir a Roca en los billetes de cien pesos por estampas del famoso Grito de Alcorta de 1912, que dio nacimiento a la pujante Federación Agraria. Los diputados del Frente para la Victoria han anunciado que impulsarán el reemplazo de Roca en los billetes por la figura, sin duda elogiable, de Hipólito Yrigoyen. En el imponente Centro Cívico de San Carlos de Bariloche, el monumento a Roca que todavía lo preside ha sido un blanco incesante de pintadas agresivas que anuncian la intención de removerlo.
Ataque y defensa
El principal argumento que se utiliza para denostar a Roca es que en la Campaña del Desierto de 1877, que condujo como ministro de Guerra, incurrió en genocidio para aniquilar a los "pueblos originarios" que poblaban la Patagonia. Bastaría recurrir a verdaderos historiadores como Félix Luna en su espléndida biografía, que lleva por título Soy Roca , o a otros estudiosos, como Luis Alberto Romero, para desenmascarar esta falacia. En primer lugar, porque los mapuches a los que derrotó Roca no eran "pueblos originarios" de la Patagonía sino pueblos "invasores", ya que eran araucanos que provenían de Chile y que habían aniquilado a los verdaderos pueblos originarios, los tehuelches, antes de que llegara Roca. En segundo lugar, porque habría que anotar que muchos mapuches, aunque no todos, sin ser por cierto los idílicos "buenos salvajes" de Rousseau, desataron los malones que mataban a nuestros pioneros rurales, y raptaban a sus mujeres, llevándose el producto de sus sangrientas correrías al otro lado de la cordillera. En tercer lugar, porque Roca, lejos de ser un despiadado "genocida", pactó la paz con casi todas las tribus invasoras.
La calificación de "genocida" mediante la cual se lo pretende demonizar incurre en un pecado que el propio Max Weber denunció cuando sostuvo que el verdadero historiador no es quien retroproyecta sus propios valores al pasado, sino quien describe a los protagonistas del pasado desde los valores que ellos mismos poseían. En la Argentina de 1877 había un consenso prácticamente unánime por librar a los colonos del flagelo del malón, y Roca lo instrumentó no sólo con solvencia militar, sino también con mesura política, reduciendo su acción militar a batir en combate a los pocos miles de lanzas que, pese a sus ofertas de paz, lo desafiaban.
Debe reconocerse también que Roca no consiguió que Chile admitiera nuestra soberanía sobre la Patagonia mediante una guerra que supo evitar, sino que, haciendo gala de su insuperada astucia, justamente cuando Chile libraba contra Perú y Bolivia la Guerra del Pacífico de 1879-1883, con sólo insinuar al gobierno trasandino que, a menos que aceptara nuestros reclamos en el Sur, entraríamos en esa guerra del lado de sus enemigos, obtuvo lo que pretendía sin disparar un tiro. Fue gracias a esta incruenta estratagema como consolidó el dominio argentino de la Patagonia, y logró que millones de pobladores ulteriores, entre ellos el propio Kirchner, pudieran sentir más tarde el aguijón de la argentinidad. Roca nos dio la Patagonia sin derramamiento de sangre. ¿Decretar su demonización agregándole la beatificación simultánea, fulminante y antagónica de Kirchner no es llevar la ideología demasiado lejos?
De Roca a Sarmiento
A Sarmiento no se lo ha demonizado como a Roca. Aún hoy, se lo sigue honrando desde todos los rincones del arco ideológico. Pero ¿estamos prolongando en verdad su legado, que no fue otro que asentar el futuro argentino sobre el pilar de la educación? Sarmiento nos puso a la cabeza de América latina a partir de un acontecimiento sin parangón: la irrupción revolucionaria de la educación pública y gratuita. Fue gracias a su extraordinaria visión como los niños y los jóvenes, sea cual fuere su origen económico, recibieron el don de la igualdad de oportunidades. Una igualdad que estaba fundada, eso sí, sobre la disciplina y el esfuerzo. Hoy, hasta las familias más pobres pugnan por ingresar en la educación privada y pagan lo que no tienen para escapar del derrumbe de la educación pública.
¿A Sarmiento aún lo honramos, entonces, sólo de la boca para afuera? Su obra revolucionaria fue posible porque giró en torno de la exaltación de la figura del maestro , por todos venerada. ¿Qué padre se atrevía a contradecir al maestro, supuestamente en nombre de sus niños? Hoy, hay padres que agreden a los maestros en representación de esos hijos a quienes consienten, si los maestros osan aplicarles una mala nota. ¿Dónde ha quedado el exigente ideal de "mi hijo el doctor"? Llama la atención que los propios docentes hayan sido los primeros en rebajarse a sí mismos al renunciar a su título egregio de "maestros" para autodenominarse modestamente "trabajadores de la educación", como si la dependencia laboral fuera su única condición. Pero ¿no hay acaso entre nosotros miles de docentes que querrían volver a ser considerados maestros y se sienten asfixiados por sus ligaduras sindicales? Con Sarmiento, nuestra tabla de valores ponía en la cumbre al maestro por encima hasta de los propios padres, mientras la misión principal de los niños era, por lo pronto, aprender. A Sarmiento, es verdad, no lo hemos atacado como algunos a Roca. Simplemente, lo hemos olvidado , lo cual es aún más grave porque, en tanto que ya nadie podría quitarnos la Patagonia que Roca nos legó, el olvido de Sarmiento nos está privando de su legado sin que ni siquiera nos demos cuenta... (Por Mariano Grondona)
Cris- Moderadores
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Fecha de inscripción : 03/04/2011
Edad : 76
LA DEMONIZACIÓN DE ROCA Y EL OLVIDO DE SARMIENTO :: Comentarios
Me gustaría transpolar, estos comentarios al hemisferio norte donde los muchachos hasta ahora dueños del mundo llevaron su obra civilizadora.......que opinarian nuestro gobernantes si la situación hubiera sido igual........
Los federales contra los Indios
1/1/1998
Thomas J. DiLorenzo
Los libros de historia y la cultura popular están repletos de relatos sobre cómo ”el hombre blanco” maltrató brutalmente a los indios americanos durante la última mitad del siglo diecinueve. Los codiciosos capitalistas son generalmente retratados como los villanos, que matan a los indios por millares para abrir camino para los ferrocarriles en particular y para el desarrollo económico del oeste en general.
Pero no fueron ni todos los hombres blancos ni todos los capitalistas quienes brutalizaron a los indios americanos. El desposeimiento de los indios—culminado a fines de 1880 cuando las tribus sobrevivientes del oeste fueron aglutinadas en reservaciones—fue el resultado de una relación corrupta e inmoral entre ciertos industriales norteños, particularmente los ferrocarriles subsidiados por el gobierno y los políticos federales cuyas carreras ellos financiaban y promovían.
La erradicación de los indios de las llanuras por el ejército de la Unión fue una forma indirecta de asistencia corporativa para las compañías ferroviarias políticamente conectadas, que alistaron a los poderes coactivos del Estado central para robar la propiedad india mientras se involucraban en una política genocida. Como muchos ciudadanos en la actualidad, los indios fueron víctimas del poder gubernamental, no del capitalismo o de la cultura europea, como insisten los historiadores políticamente -correctos de hoy día.
En julio de 1865, apenas tres meses después de la rendición de Robert E. Lee en Appomattox, el General William Tecumseh Sherman fue puesto a cargo de la División Militar de Missouri, la que incluía todo al oeste del Mississippi. Muchos historiadores han endulzado las acciones de Sherman durante este período escribiendo que su misión era la de ayudar a los EE.UU. a alcanzar su larga búsqueda después del ”Destino Manifiesto”.
En realidad, la misión de Sherman era la de proveer a un segmento de la industria del ferrocarril, que apoyó financieramente de modo sustancial al Partido Republicano, de favorecer los intereses corporativos erradicando a los indios del oeste. En las propias palabras de Sherman: “No estamos yendo a permitir algunos hurtos, examinar a indios andrajosos y frenar el progreso de los ferrocarriles.... Veo al ferrocarril como el elemento más importante actualmente en marcha para facilitar los intereses militares de nuestra Frontera.”
“Debemos actuar con firme vengatividad contra el Sioux” escribió Sherman a Ulysses S. Grant (Comandante General del Ejército Federal) en 1866, “llevando a su exterminio a hombres, mujeres y niños.” El Sioux debe “sentir el poder superior del Gobierno.” Sherman hizo votos para permanecer en el Oeste “hasta que todos los Indios sean matados o llevados a un país en donde puedan ser observados”.
“Durante un asalto”, instruyó a sus tropas, “los soldados no pueden detenerse para distinguir entre varones y mujeres, o aún discriminarlos en base a la edad.” Se refirió fríamente a esta política en una carta de 1867 a Grant como “la solución final al problema indio,” una frase que Hitler invocó unos 70 años después.
Sherman veía a los indios, escribe el biógrafo John F. Marszalek “como veía a los sureños recalcitrantes durante la guerra y al pueblo recientemente liberado después de ella: como opositores a las fuerzas legítimas de una sociedad ordenada”. Tal como Philip Sheridan, George Armstrong Custer, John Pope, Benjamin Grierson, y otros “ayudaron a alcanzar su “solución final” hacia fines de 1880.
“El gran triunvirato del la Guerra Civil,” escribe el biógrafo Michael Fellman, refiriéndose a Grant, Sherman, y Sheridan, “aplicó su crueldad compartida, originada en sus experiencias de la Guerra Civil, contra un pueblo al que los tres desdeñaban”.
Marszalek escribe que en el otoño de 1868 Sherman instruyó a Sheridan para “actuar con todo el vigor que había demostrado en el Valle de Shenandoah durante los meses finales de la Guerra Civil”, y él lo hizo. Los dos hombres popularizaron la frase “un buen indio es un indio muerto” y Sherman prometió manejar la interferencia con la prensa si había cualquier comentario sobre “atrocidades”.
Tales comentarios habrían sido ciertamente apropiados, pues la “solución final” era ejecutada por centenares de ataques furtivos contra las aldeas indias repletas de mujeres y niños, las que fueron barridas por el fuego masivo de la artillería y de los rifles. Estas “campañas” fueron especialmente frecuentes en los meses de invierno, cuando las familias indias estaban juntas.
Era también la política oficial del gobierno la matanza de tantos búfalos como fuera posible como un medio de eventualmente matar de hambre a los indios. No fue sólo la “tragedia de los bienes públicos” la responsable de la casi extinción del búfalo americano: fue la política oficial del gobierno de los EE.UU..
Irónicamente, fueron reclutados ex esclavos por el ejército federal para limpiar étnicamente el oeste estadounidense. Se han hecho películas y se han escrito libros en años recientes que celebraban a estos “soldados del búfalo” por personas que al parecer son inconscientes (uno espera que lo sean) de que los soldados negros se encontraban participando en un genocidio.
El objetivo último de Sherman ,“el cual no pudo alcanzar”, era la matanza de la población india entera. Momentos antes de su muerte en 1891 se quejó amargamente en una carta a su hijo de que si no fuese por la “interferencia civil” de varios funcionarios del gobierno, él y sus ejércitos se hubiesen “librado de todos ellos.”
El amigo más cercano y ex socio comercial de Sherman (y Lincoln), Grenville Dodge, estaba a cargo de la construcción de los ferrocarriles transcontinentales subsidiados gubernamentalmente, los que eran “protegidos” por los ejércitos de Sherman, y lo hizo de una manera totalmente corrupta e ineficiente.
Los subsidios por-milla proporcionaban incentivos para defraudar a los contribuyentes construyendo rutas indirectas y sinuosas. Dodge incluso apoyaba las vías sobre varios pies de nieve en los meses del invierno, y luego las reconstruía tras el deshielo de primavera, recolectando dos veces los subsidios. La empresa entera se encontraba de este modo tan estropeada por la corrupción, la ineficacia, y el fraude que en un punto (1893) todos los ferrocarriles subsidiados gubernamentalmente estaban en bancarrota.
En su apuro por recaudar los subsidios Dodge invadió a las granjas privadas, obligando a sus dueños a defender su propiedad con rifles. Cuando los indios actuaron de una manera similar para proteger su propiedad, convocaron al ejército.
Sin embargo, el gran empresario del ferrocarril James J. Hill construyó el Gran Ferrocarril Norteño sin recibir ni diez centavos de subsidio ni concesiones de tierra alguna. “Nuestra propia línea en el Norte fue construida sin ninguna ayuda de gobierno”, se jactada orgulloso Hill en 1893. Sin la carga del los reglamentos gubernamentales (en contraste con sus subvencionados competidores), Hill escogió las mejores rutas, construyó las vías más robustas, y pagó a los indios y a otros terratenientes precios de libre mercado por los derechos de paso a través de su propiedad.
Pero Hill se encontraba en minoría. La sociedad gobierno-empresa que Lincoln estableció había virado su atención hacia el oeste después de conquistar el sur, empleando “al gran triunvirato de la Guerra Civil” para la limpieza étnica en nombre del poder del gobierno y de sus corruptos clientes corporativos.
Traducido por Gabriel Gasave
Thomas J. DiLorenzo es Investigador Asociado en The Independent Institute, Profesor de Economía en la Loyola College en Maryland, y autor colaborador del libro, Taxing Choice: The Predatory Politics of Fiscal Discrimination.
Fuente: Los federales contra los Indios: Articulos: The Independent Instit
......................................................................................................................................
Después de leer todo lo anterior, las campañas de Juan Manuel de Rosas, primero, pero esto forma parte de un deliberado olvido,,,, los fuertes de Alsina después y los pactos no cumplidos y la arremetida final de Roca, así la también y olvidada campaña del Chaco llevada a cabo casi a fin de siglo, no tiene ni punto de parangon con los aconecimientos que diezmaron a la nación lakota y similares........y al igual que cerré otro post...no se porque me viene a la memora aquello de "zapatillas si, libros no"
Los federales contra los Indios
1/1/1998
Thomas J. DiLorenzo
Los libros de historia y la cultura popular están repletos de relatos sobre cómo ”el hombre blanco” maltrató brutalmente a los indios americanos durante la última mitad del siglo diecinueve. Los codiciosos capitalistas son generalmente retratados como los villanos, que matan a los indios por millares para abrir camino para los ferrocarriles en particular y para el desarrollo económico del oeste en general.
Pero no fueron ni todos los hombres blancos ni todos los capitalistas quienes brutalizaron a los indios americanos. El desposeimiento de los indios—culminado a fines de 1880 cuando las tribus sobrevivientes del oeste fueron aglutinadas en reservaciones—fue el resultado de una relación corrupta e inmoral entre ciertos industriales norteños, particularmente los ferrocarriles subsidiados por el gobierno y los políticos federales cuyas carreras ellos financiaban y promovían.
La erradicación de los indios de las llanuras por el ejército de la Unión fue una forma indirecta de asistencia corporativa para las compañías ferroviarias políticamente conectadas, que alistaron a los poderes coactivos del Estado central para robar la propiedad india mientras se involucraban en una política genocida. Como muchos ciudadanos en la actualidad, los indios fueron víctimas del poder gubernamental, no del capitalismo o de la cultura europea, como insisten los historiadores políticamente -correctos de hoy día.
En julio de 1865, apenas tres meses después de la rendición de Robert E. Lee en Appomattox, el General William Tecumseh Sherman fue puesto a cargo de la División Militar de Missouri, la que incluía todo al oeste del Mississippi. Muchos historiadores han endulzado las acciones de Sherman durante este período escribiendo que su misión era la de ayudar a los EE.UU. a alcanzar su larga búsqueda después del ”Destino Manifiesto”.
En realidad, la misión de Sherman era la de proveer a un segmento de la industria del ferrocarril, que apoyó financieramente de modo sustancial al Partido Republicano, de favorecer los intereses corporativos erradicando a los indios del oeste. En las propias palabras de Sherman: “No estamos yendo a permitir algunos hurtos, examinar a indios andrajosos y frenar el progreso de los ferrocarriles.... Veo al ferrocarril como el elemento más importante actualmente en marcha para facilitar los intereses militares de nuestra Frontera.”
“Debemos actuar con firme vengatividad contra el Sioux” escribió Sherman a Ulysses S. Grant (Comandante General del Ejército Federal) en 1866, “llevando a su exterminio a hombres, mujeres y niños.” El Sioux debe “sentir el poder superior del Gobierno.” Sherman hizo votos para permanecer en el Oeste “hasta que todos los Indios sean matados o llevados a un país en donde puedan ser observados”.
“Durante un asalto”, instruyó a sus tropas, “los soldados no pueden detenerse para distinguir entre varones y mujeres, o aún discriminarlos en base a la edad.” Se refirió fríamente a esta política en una carta de 1867 a Grant como “la solución final al problema indio,” una frase que Hitler invocó unos 70 años después.
Sherman veía a los indios, escribe el biógrafo John F. Marszalek “como veía a los sureños recalcitrantes durante la guerra y al pueblo recientemente liberado después de ella: como opositores a las fuerzas legítimas de una sociedad ordenada”. Tal como Philip Sheridan, George Armstrong Custer, John Pope, Benjamin Grierson, y otros “ayudaron a alcanzar su “solución final” hacia fines de 1880.
“El gran triunvirato del la Guerra Civil,” escribe el biógrafo Michael Fellman, refiriéndose a Grant, Sherman, y Sheridan, “aplicó su crueldad compartida, originada en sus experiencias de la Guerra Civil, contra un pueblo al que los tres desdeñaban”.
Marszalek escribe que en el otoño de 1868 Sherman instruyó a Sheridan para “actuar con todo el vigor que había demostrado en el Valle de Shenandoah durante los meses finales de la Guerra Civil”, y él lo hizo. Los dos hombres popularizaron la frase “un buen indio es un indio muerto” y Sherman prometió manejar la interferencia con la prensa si había cualquier comentario sobre “atrocidades”.
Tales comentarios habrían sido ciertamente apropiados, pues la “solución final” era ejecutada por centenares de ataques furtivos contra las aldeas indias repletas de mujeres y niños, las que fueron barridas por el fuego masivo de la artillería y de los rifles. Estas “campañas” fueron especialmente frecuentes en los meses de invierno, cuando las familias indias estaban juntas.
Era también la política oficial del gobierno la matanza de tantos búfalos como fuera posible como un medio de eventualmente matar de hambre a los indios. No fue sólo la “tragedia de los bienes públicos” la responsable de la casi extinción del búfalo americano: fue la política oficial del gobierno de los EE.UU..
Irónicamente, fueron reclutados ex esclavos por el ejército federal para limpiar étnicamente el oeste estadounidense. Se han hecho películas y se han escrito libros en años recientes que celebraban a estos “soldados del búfalo” por personas que al parecer son inconscientes (uno espera que lo sean) de que los soldados negros se encontraban participando en un genocidio.
El objetivo último de Sherman ,“el cual no pudo alcanzar”, era la matanza de la población india entera. Momentos antes de su muerte en 1891 se quejó amargamente en una carta a su hijo de que si no fuese por la “interferencia civil” de varios funcionarios del gobierno, él y sus ejércitos se hubiesen “librado de todos ellos.”
El amigo más cercano y ex socio comercial de Sherman (y Lincoln), Grenville Dodge, estaba a cargo de la construcción de los ferrocarriles transcontinentales subsidiados gubernamentalmente, los que eran “protegidos” por los ejércitos de Sherman, y lo hizo de una manera totalmente corrupta e ineficiente.
Los subsidios por-milla proporcionaban incentivos para defraudar a los contribuyentes construyendo rutas indirectas y sinuosas. Dodge incluso apoyaba las vías sobre varios pies de nieve en los meses del invierno, y luego las reconstruía tras el deshielo de primavera, recolectando dos veces los subsidios. La empresa entera se encontraba de este modo tan estropeada por la corrupción, la ineficacia, y el fraude que en un punto (1893) todos los ferrocarriles subsidiados gubernamentalmente estaban en bancarrota.
En su apuro por recaudar los subsidios Dodge invadió a las granjas privadas, obligando a sus dueños a defender su propiedad con rifles. Cuando los indios actuaron de una manera similar para proteger su propiedad, convocaron al ejército.
Sin embargo, el gran empresario del ferrocarril James J. Hill construyó el Gran Ferrocarril Norteño sin recibir ni diez centavos de subsidio ni concesiones de tierra alguna. “Nuestra propia línea en el Norte fue construida sin ninguna ayuda de gobierno”, se jactada orgulloso Hill en 1893. Sin la carga del los reglamentos gubernamentales (en contraste con sus subvencionados competidores), Hill escogió las mejores rutas, construyó las vías más robustas, y pagó a los indios y a otros terratenientes precios de libre mercado por los derechos de paso a través de su propiedad.
Pero Hill se encontraba en minoría. La sociedad gobierno-empresa que Lincoln estableció había virado su atención hacia el oeste después de conquistar el sur, empleando “al gran triunvirato de la Guerra Civil” para la limpieza étnica en nombre del poder del gobierno y de sus corruptos clientes corporativos.
Traducido por Gabriel Gasave
Thomas J. DiLorenzo es Investigador Asociado en The Independent Institute, Profesor de Economía en la Loyola College en Maryland, y autor colaborador del libro, Taxing Choice: The Predatory Politics of Fiscal Discrimination.
Fuente: Los federales contra los Indios: Articulos: The Independent Instit
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Después de leer todo lo anterior, las campañas de Juan Manuel de Rosas, primero, pero esto forma parte de un deliberado olvido,,,, los fuertes de Alsina después y los pactos no cumplidos y la arremetida final de Roca, así la también y olvidada campaña del Chaco llevada a cabo casi a fin de siglo, no tiene ni punto de parangon con los aconecimientos que diezmaron a la nación lakota y similares........y al igual que cerré otro post...no se porque me viene a la memora aquello de "zapatillas si, libros no"
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