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MARIA CHEUQUEMAN
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17022012
MARIA CHEUQUEMAN
Este cuentito que les comparto lo escribí durante mis años de permanencia en Bariloche, ya casi en pleno advenimiento de la democracia. Más tarde, ya radicada aquí, lo presenté en un concurso en la ciudad de Cañuelas y obtuvo el 1º premio "Blanca Iribarne" que organizaba la Biblioteca de esa ciudad.-------------------------
María...María, eras una alumna casi intrascendente para mí. Pertenecías al humilde curso de corte y confección, oficio de pequeñas sirvientas que jamás se recibían en aquella escuela de aprendizaje de oficios donde yo trabajaba.
Yo estaba a cargo de los cursos de enfermería, los "importantes" de la escuela, por sus prácticas en el hospital, por su gente mayor y luchadora que de un manotazo quería derribar la mediocridad de sus vidas. El curso de los chocolateros, aquellos que practicaban en las importantes casas de elaboración de éste de la ciudad.
Te descubrí una tarde, creo que más que nada por esa intuición que sólo tenemos las mujeres. Estabas en la fila, callada. Cerrabas con tus manos un grueso y raído sueter de lana donde ya se perfilaba sobre tu vientre esa curva tan conocida!
Mis ojos y tus ojos se encontraron y bajaste la mirada... Creo que todo estaba dicho María, yo sabía tu secreto y vos sabías que yo no te dejaría...
Desde ese día me importaste, te buscaba, dejando un poco a mis alumnos, tratando de acercarme despacio, como quién se acerca a un animalito salvaje, asustado. Pero al fin, logré ser tu amiga y casi con recelo dejabas que te tomara las manos enrojecidas por los sabañones, que te hablara del hijo y que vos me hablaras de María, aquella que había sido intrascendente para mí.
Es casi verano y María canta en esa pieza oscura y fría, donde en un rincón, desde un tiempo sin memoria y como un paquete de huesos, habla sola su madre paralítica. Viven en los "altos" de esa ciudad turística, en el barrio La Cumbre; barrio de chilenos sin documentación, de algunos araucanos que dejaron la reducción donde algún gobierno los depositó; avergonzados de llevar sangre mapuche y de haber sido despojados de sus tierras; barrio de marginados y que sólo por el milagro de que los maestros "suben", empiezan a creer que de verdad a alguien les importa su vida.
Pero es verano y María canta. Sobre sus cabellos prende una mutisia, esas flores que solo en lo alto del cerro crecen y se mira en el trozo de espejo que guarda como un tesoro.
No cantes María. Cuando tu padre llegue de la "veranada" te apaleará, ya sabés que sólo su rebenque habla en esta casa, ya sabés que... Habla y habla la pobre vieja mustia. María canta y su pollera de verano es también un canto, cantan las latas de agua que llenará en la única canilla que usan todos, canta el cerro, canta el cielo... Y él, EL, abrazándola en promesas, llevándola del talle hacia la vertiente, donde crece el fresco frutillar, silvestre como ella.
Cuando la primera nevada cayó sobre el cerro, él se fue junto a otros a ver si del otro lado de la montaña, en su país, el dictador se había resuelto a aflojar la mano como decían y se podía vivir de "pegas", obtener una casa, pero en su propia tierra, mostrando con orgullo sus documentos. Para nosotros soplaban vientos de democracia y tanto celeste y blanco desplegado le refrescó las heridas que creía cerradas.
No le importó la semilla que en vos latía, no sé si se lo dijiste. Tu gente es tan callada, tan sufrida, tan resignada, sobre todo a parir hijos sin padre, como algo natural.
Ese invierno fue duro. Los memoriosos evocaban inviernos similares allá por 1942, a nosotros, sin memoria por la juventud, nos parecía que jamás terminaría de nevar y que un buen día la ciudad no se despertaría agobiada por un pesado manto de cristal.
Tu padre había mandado avisar con otro paisano que se apresuró a volver, que él se quedaría del otro lado del río, quizás bebiendo, comiendo los pocos animales que le quedarían, total el patrón estaba avisado y lo que se lograra salvar estaba bien nomás.
Y vos María seguías viniendo a la escuela, con tus manos rojas, con tu súeter raído, con tu cara marchita, bajando la cabeza.
Ya no faltaba casi nada para que tu hijo naciera y te dejabas ayudar, mansa, con la esperanza de que tu padre no cruzara el río, nunca...
En las silenciosas noches de nevada, sacabas limpios trapitos y con tus compañeras cosían diminutas prendas, entre rubores y cuchicheos cómplices.
Cada día que pasaba era un día más para nosotros, para mí, para tus profesores aliados con tu secreto, queríamos arrancarte del rancho, pronto, antes de que nevara un día más.
A vos te costaba dejar a tu madre (era realmente tu madre?) para siempre petrificada en el oscuro rincón; te costaba aceptar que esa vida que llevabas, secreto del frutillar, tendría que nacer.
Entre un turno de una escuela y la otra, me demoro en el pueblo y me digo que el cobro de ese cheque debería haber esperado, te pienso María y presiento que me necesitás y me digo que soy una idiota cuando puntual y cotidianamente empieza a nevar y casi no hay posibilidades de acceder a un taxi; bien sé que éstos evitan tener que subir durante las nevadas aunque tengan los equipos adecuados, prefieren empezar a girar en los alrededores de la ciudad, de los hoteles o a marcharse al seguro refugio de sus casas.
A las 17,30 la ciudad es una romería, la gente que regresó del cerro pone multicolores flores de naylon al paisaje helado, equipos de esquiar, risas, palabras que se derraman sobre las veredas...
Un rubio alto, atlético, con la cara quemada por la nieve - morena cara de status entre los suyos- sacude sus guantes y en dificultoso castellano pregunta en un quiosco si aceptan dólores para comprar cigarrillos. El ¡ Por supuesto! de respuesta es una mancha de barro a mi escarapela celeste y blanca porque claramente leo el cartel que dice: "No se aceptan dólares para venta de cigarrillos o cospeles de teléfono".
María... María... si sigue nevando así, no podré llegar al ingreso de la escuela. María, María...
Me empujan dos pelirrojas por querer mirar una colección de cajas de madera de la zona, hábil, dolorosamente trabajadas por los artesanos; las excusas que me dan en francés no le bastan a mi pena. No importa, ya nada importa si continúa nevando así, ya casi pareciera imposible llegar, María.
Las calles huelen a chocolate, la ciudad es una Babel infernal y nadie me llevará con mi aspecto de residente, sin esquíes y la sonrisa perfecta al hombro, sin el billete verde en la mano.
Me marea esa gente, me empujan, no entiendo su lengua, su risa, su caminar sin prisa. Una bola - equivocada bola de nieve- me pega en el pecho, no participo de ese juego que se me ocurre ridículo al ver al gordo que tirado en la vereda amontona barro y nieve para devolver el pelotazo que él, participante del juego, no recibió. Estúpidamente dejo caer absurdas lágrimas y resignada a caminar y llegar, abandono la calle de Babel para tomar aquella que sube hacia la escuela, ésa que no conoce el turista, que me llevará a vos María...
María se mira la cara mustia en el trozo de espejo, suspira al mirar por la ventana tapada con un trozo de plástico y que hace más fantástica la nevada y con sus manos tibias asegura sobre el marco un trozo de frazada. No hay leña, querosén, ya no queda nada por quemar y tanto frío! La pobre vieja sin vida en sus huesos mastica un trozo de galleta, resignada. De pronto, el golpe brutal sobre la puerta que se desclava de los frágiles goznes de chapa que la sostienen. Ahora la vieja parece muerta con sus ojos petrificados sobre la figura que entró... Nunca ése hombre sonrió, sus permanencias con ellas siempre fueron brutales entre su carácter y la bebida; no conoció otra cosa que el rigor del paisaje que se le perpetuó en el corazón.
Y María que no alcanzó a bajar...
No es necesario que María explique nada, todo está a la vista y el rebenque cae una y otra vez, sin palabras, sobre María.
No sé si nuestros pensamientos, nuestras palabras, la ilusión que logramos sembrar en vos te dieron fuerzas. Y sangrante, medio muerta, lograste dar el empujón a esa mole que agredía y echar a correr. Cerro abajo corre, vuela, María, buscando la escuela, la gente, el calor, la vida para tu hijo. Corrés y te resbalás, caés y la nieve como un colchón de plumas te ahoga, no podés respirar, te duele el pecho, el rostro, el vientre y tu hijo puja por nacer...
Te he buscado en la fila y no estás. Los que conocemos tu secreto nos interrogamos con la mirada, el corazón suspendido en un hilo de cristal. La puerta se abre lanzando un aliento helado que nos estremece, pero no sos vos; un rezagado jadeante y cubierto de nieve nos sonríe como pidiéndonos perdón (¿Dónde estás María, dónde, dónde?)
Luego, la rutina diaria, los papeles, el ser preceptora teniendo el pensamiento ausente. No puedo dejar de mirar por la ventana, apoyo la frente hacia la noche, hacia la nada y un dibujo de escarcha me lastima las sienes. Afuera la nieve baila su danza silenciosa, en remolinos, presagiando muchos días de nevada; el cielo está color rosa y ya no se siente casi el frío.
Al retirarnos a las 22,30 nuestros oídos atentos escuchan que para en la escuela un auto que dificultosamente bajaba del cerro y desciende una mujer protegiendo, protegiendo a tu hijo María. Hay gente noble, María, hay gente que no utiliza dólares y sufre también, como vos, como nosotros, éste paisaje duro cuando los demás lo gozan.
Tu hijo está azul, María, envuelto en el poncho de quén te vio correr y caer por el camino, el poncho de quién te acompañó y te aseguró que nos traería a tu hijo, ése hijo que era nuestro, de todos María.
Con linternas te vamos a buscar al camino. Estabas tan cerca María! Pero, ese reloj que no tenías, el miedo de dejar a tu madre sola, tu resignación que te viene de raza...
Maríaaaaaaaaaa! No podés responder María, la nieve te ha vestido de novia sin importarle la pobreza de tu raído súeter.
Acaricio tus manos heladas, mustias, que jamás aprenderán a coser... De tu boca rígida rechazo el coágulo e imaginariamiante sobre ella coloco una reina mora que me ayude a no preguntar más ¿ Por qué?
En ése instante toda una escuela de seres maravillosos, observan el pequeño bulto que alguien tiene entre los brazos como para darle calor; muchas cabezas bajas porque saben que el niño salió de María pero para irse con ella, quizás a ocupar el lugar de una de las estrellas, de esas cercanas a la Cruz del Sur.
Todos sabemos que hemos perdido, que no pudimos ayudarte. Otros como vos, María, quizás empiecen a pensar que esa resignación que les viene de raza es inútil, que quizás hay que transitar otros caminos, aceptar la ayuda.
Nos vamos en silencio, en silencio como nunca, cada uno con su pregunta interior, cada uno con su dolor...
Ya no me molesta la nieve, ni me importan las cuadras por caminar, ni pienso en el taxi que no llegará, sólo deseo llegar a casa y abrazar a mis hijos.
Abajo, la ciudad es una fiesta, es la hora del casino, de los pubs junto a los leños encendidos, de la confitería junto al lago para observar la danza fantástica de la nieve que se pierde en él, es la hora del espectáculo simultáneo con Buenos Aires, es la vida María, pero no la tuya sin dudas...
Arriba, en el barrio "La Cumbre", barrio de indios y extranjeros marginados, una vieja horrorizada y loca, grita al observar que todo el cerro se ha cubierto de mutisias, bellas mutisias naranjas, de esas que vos María, totalmente intrascendente para mí, te enlazabas en el pelo cuando el amor te iluminaba.
Viento Sur
San Carlos de Bariloche , invierno 1985.
María...María, eras una alumna casi intrascendente para mí. Pertenecías al humilde curso de corte y confección, oficio de pequeñas sirvientas que jamás se recibían en aquella escuela de aprendizaje de oficios donde yo trabajaba.
Yo estaba a cargo de los cursos de enfermería, los "importantes" de la escuela, por sus prácticas en el hospital, por su gente mayor y luchadora que de un manotazo quería derribar la mediocridad de sus vidas. El curso de los chocolateros, aquellos que practicaban en las importantes casas de elaboración de éste de la ciudad.
Te descubrí una tarde, creo que más que nada por esa intuición que sólo tenemos las mujeres. Estabas en la fila, callada. Cerrabas con tus manos un grueso y raído sueter de lana donde ya se perfilaba sobre tu vientre esa curva tan conocida!
Mis ojos y tus ojos se encontraron y bajaste la mirada... Creo que todo estaba dicho María, yo sabía tu secreto y vos sabías que yo no te dejaría...
Desde ese día me importaste, te buscaba, dejando un poco a mis alumnos, tratando de acercarme despacio, como quién se acerca a un animalito salvaje, asustado. Pero al fin, logré ser tu amiga y casi con recelo dejabas que te tomara las manos enrojecidas por los sabañones, que te hablara del hijo y que vos me hablaras de María, aquella que había sido intrascendente para mí.
Es casi verano y María canta en esa pieza oscura y fría, donde en un rincón, desde un tiempo sin memoria y como un paquete de huesos, habla sola su madre paralítica. Viven en los "altos" de esa ciudad turística, en el barrio La Cumbre; barrio de chilenos sin documentación, de algunos araucanos que dejaron la reducción donde algún gobierno los depositó; avergonzados de llevar sangre mapuche y de haber sido despojados de sus tierras; barrio de marginados y que sólo por el milagro de que los maestros "suben", empiezan a creer que de verdad a alguien les importa su vida.
Pero es verano y María canta. Sobre sus cabellos prende una mutisia, esas flores que solo en lo alto del cerro crecen y se mira en el trozo de espejo que guarda como un tesoro.
No cantes María. Cuando tu padre llegue de la "veranada" te apaleará, ya sabés que sólo su rebenque habla en esta casa, ya sabés que... Habla y habla la pobre vieja mustia. María canta y su pollera de verano es también un canto, cantan las latas de agua que llenará en la única canilla que usan todos, canta el cerro, canta el cielo... Y él, EL, abrazándola en promesas, llevándola del talle hacia la vertiente, donde crece el fresco frutillar, silvestre como ella.
Cuando la primera nevada cayó sobre el cerro, él se fue junto a otros a ver si del otro lado de la montaña, en su país, el dictador se había resuelto a aflojar la mano como decían y se podía vivir de "pegas", obtener una casa, pero en su propia tierra, mostrando con orgullo sus documentos. Para nosotros soplaban vientos de democracia y tanto celeste y blanco desplegado le refrescó las heridas que creía cerradas.
No le importó la semilla que en vos latía, no sé si se lo dijiste. Tu gente es tan callada, tan sufrida, tan resignada, sobre todo a parir hijos sin padre, como algo natural.
Ese invierno fue duro. Los memoriosos evocaban inviernos similares allá por 1942, a nosotros, sin memoria por la juventud, nos parecía que jamás terminaría de nevar y que un buen día la ciudad no se despertaría agobiada por un pesado manto de cristal.
Tu padre había mandado avisar con otro paisano que se apresuró a volver, que él se quedaría del otro lado del río, quizás bebiendo, comiendo los pocos animales que le quedarían, total el patrón estaba avisado y lo que se lograra salvar estaba bien nomás.
Y vos María seguías viniendo a la escuela, con tus manos rojas, con tu súeter raído, con tu cara marchita, bajando la cabeza.
Ya no faltaba casi nada para que tu hijo naciera y te dejabas ayudar, mansa, con la esperanza de que tu padre no cruzara el río, nunca...
En las silenciosas noches de nevada, sacabas limpios trapitos y con tus compañeras cosían diminutas prendas, entre rubores y cuchicheos cómplices.
Cada día que pasaba era un día más para nosotros, para mí, para tus profesores aliados con tu secreto, queríamos arrancarte del rancho, pronto, antes de que nevara un día más.
A vos te costaba dejar a tu madre (era realmente tu madre?) para siempre petrificada en el oscuro rincón; te costaba aceptar que esa vida que llevabas, secreto del frutillar, tendría que nacer.
Entre un turno de una escuela y la otra, me demoro en el pueblo y me digo que el cobro de ese cheque debería haber esperado, te pienso María y presiento que me necesitás y me digo que soy una idiota cuando puntual y cotidianamente empieza a nevar y casi no hay posibilidades de acceder a un taxi; bien sé que éstos evitan tener que subir durante las nevadas aunque tengan los equipos adecuados, prefieren empezar a girar en los alrededores de la ciudad, de los hoteles o a marcharse al seguro refugio de sus casas.
A las 17,30 la ciudad es una romería, la gente que regresó del cerro pone multicolores flores de naylon al paisaje helado, equipos de esquiar, risas, palabras que se derraman sobre las veredas...
Un rubio alto, atlético, con la cara quemada por la nieve - morena cara de status entre los suyos- sacude sus guantes y en dificultoso castellano pregunta en un quiosco si aceptan dólores para comprar cigarrillos. El ¡ Por supuesto! de respuesta es una mancha de barro a mi escarapela celeste y blanca porque claramente leo el cartel que dice: "No se aceptan dólares para venta de cigarrillos o cospeles de teléfono".
María... María... si sigue nevando así, no podré llegar al ingreso de la escuela. María, María...
Me empujan dos pelirrojas por querer mirar una colección de cajas de madera de la zona, hábil, dolorosamente trabajadas por los artesanos; las excusas que me dan en francés no le bastan a mi pena. No importa, ya nada importa si continúa nevando así, ya casi pareciera imposible llegar, María.
Las calles huelen a chocolate, la ciudad es una Babel infernal y nadie me llevará con mi aspecto de residente, sin esquíes y la sonrisa perfecta al hombro, sin el billete verde en la mano.
Me marea esa gente, me empujan, no entiendo su lengua, su risa, su caminar sin prisa. Una bola - equivocada bola de nieve- me pega en el pecho, no participo de ese juego que se me ocurre ridículo al ver al gordo que tirado en la vereda amontona barro y nieve para devolver el pelotazo que él, participante del juego, no recibió. Estúpidamente dejo caer absurdas lágrimas y resignada a caminar y llegar, abandono la calle de Babel para tomar aquella que sube hacia la escuela, ésa que no conoce el turista, que me llevará a vos María...
María se mira la cara mustia en el trozo de espejo, suspira al mirar por la ventana tapada con un trozo de plástico y que hace más fantástica la nevada y con sus manos tibias asegura sobre el marco un trozo de frazada. No hay leña, querosén, ya no queda nada por quemar y tanto frío! La pobre vieja sin vida en sus huesos mastica un trozo de galleta, resignada. De pronto, el golpe brutal sobre la puerta que se desclava de los frágiles goznes de chapa que la sostienen. Ahora la vieja parece muerta con sus ojos petrificados sobre la figura que entró... Nunca ése hombre sonrió, sus permanencias con ellas siempre fueron brutales entre su carácter y la bebida; no conoció otra cosa que el rigor del paisaje que se le perpetuó en el corazón.
Y María que no alcanzó a bajar...
No es necesario que María explique nada, todo está a la vista y el rebenque cae una y otra vez, sin palabras, sobre María.
No sé si nuestros pensamientos, nuestras palabras, la ilusión que logramos sembrar en vos te dieron fuerzas. Y sangrante, medio muerta, lograste dar el empujón a esa mole que agredía y echar a correr. Cerro abajo corre, vuela, María, buscando la escuela, la gente, el calor, la vida para tu hijo. Corrés y te resbalás, caés y la nieve como un colchón de plumas te ahoga, no podés respirar, te duele el pecho, el rostro, el vientre y tu hijo puja por nacer...
Te he buscado en la fila y no estás. Los que conocemos tu secreto nos interrogamos con la mirada, el corazón suspendido en un hilo de cristal. La puerta se abre lanzando un aliento helado que nos estremece, pero no sos vos; un rezagado jadeante y cubierto de nieve nos sonríe como pidiéndonos perdón (¿Dónde estás María, dónde, dónde?)
Luego, la rutina diaria, los papeles, el ser preceptora teniendo el pensamiento ausente. No puedo dejar de mirar por la ventana, apoyo la frente hacia la noche, hacia la nada y un dibujo de escarcha me lastima las sienes. Afuera la nieve baila su danza silenciosa, en remolinos, presagiando muchos días de nevada; el cielo está color rosa y ya no se siente casi el frío.
Al retirarnos a las 22,30 nuestros oídos atentos escuchan que para en la escuela un auto que dificultosamente bajaba del cerro y desciende una mujer protegiendo, protegiendo a tu hijo María. Hay gente noble, María, hay gente que no utiliza dólares y sufre también, como vos, como nosotros, éste paisaje duro cuando los demás lo gozan.
Tu hijo está azul, María, envuelto en el poncho de quén te vio correr y caer por el camino, el poncho de quién te acompañó y te aseguró que nos traería a tu hijo, ése hijo que era nuestro, de todos María.
Con linternas te vamos a buscar al camino. Estabas tan cerca María! Pero, ese reloj que no tenías, el miedo de dejar a tu madre sola, tu resignación que te viene de raza...
Maríaaaaaaaaaa! No podés responder María, la nieve te ha vestido de novia sin importarle la pobreza de tu raído súeter.
Acaricio tus manos heladas, mustias, que jamás aprenderán a coser... De tu boca rígida rechazo el coágulo e imaginariamiante sobre ella coloco una reina mora que me ayude a no preguntar más ¿ Por qué?
En ése instante toda una escuela de seres maravillosos, observan el pequeño bulto que alguien tiene entre los brazos como para darle calor; muchas cabezas bajas porque saben que el niño salió de María pero para irse con ella, quizás a ocupar el lugar de una de las estrellas, de esas cercanas a la Cruz del Sur.
Todos sabemos que hemos perdido, que no pudimos ayudarte. Otros como vos, María, quizás empiecen a pensar que esa resignación que les viene de raza es inútil, que quizás hay que transitar otros caminos, aceptar la ayuda.
Nos vamos en silencio, en silencio como nunca, cada uno con su pregunta interior, cada uno con su dolor...
Ya no me molesta la nieve, ni me importan las cuadras por caminar, ni pienso en el taxi que no llegará, sólo deseo llegar a casa y abrazar a mis hijos.
Abajo, la ciudad es una fiesta, es la hora del casino, de los pubs junto a los leños encendidos, de la confitería junto al lago para observar la danza fantástica de la nieve que se pierde en él, es la hora del espectáculo simultáneo con Buenos Aires, es la vida María, pero no la tuya sin dudas...
Arriba, en el barrio "La Cumbre", barrio de indios y extranjeros marginados, una vieja horrorizada y loca, grita al observar que todo el cerro se ha cubierto de mutisias, bellas mutisias naranjas, de esas que vos María, totalmente intrascendente para mí, te enlazabas en el pelo cuando el amor te iluminaba.
Viento Sur
San Carlos de Bariloche , invierno 1985.
Cris- Moderadores
- Mensajes : 2393
Fecha de inscripción : 03/04/2011
Edad : 76
MARIA CHEUQUEMAN :: Comentarios
CRIS...
NO HAY PALABRAS PARA DESCRIBIR ESTE CUENTO TUYO...
ME VIENEN A LA MENTE, ALGUNAS COMO MARAVILLOSO, BELLÌSIMO... PERO NO ALCANZAN PARA TRANSMITIRTE TODOS LOS SENTIMIENTOS, IMÀGENES Y PENSAMIENTOS,QUE HICISTE NACER EN MI, CUANDO LO LEÌ...
ME QUEDO CON MARAVILLOSO...
UNA DESCRIPCIÒN, REALMENTE SUBLIME.
GRACIAS POR TU EXQUISITA SENSIBILIDAD, QUE SABES TRANSMITIR, TRADUCIR EN PALABRA ESCRITA. ES SIIN DUDA, UN DON MAYÙSCULO, QUE LAMENTABLEMENTE NO TODOS CONOCEN.
GRACIAS POR COMPARTIRLO, AMIGA...
NO HAY PALABRAS PARA DESCRIBIR ESTE CUENTO TUYO...
ME VIENEN A LA MENTE, ALGUNAS COMO MARAVILLOSO, BELLÌSIMO... PERO NO ALCANZAN PARA TRANSMITIRTE TODOS LOS SENTIMIENTOS, IMÀGENES Y PENSAMIENTOS,QUE HICISTE NACER EN MI, CUANDO LO LEÌ...
ME QUEDO CON MARAVILLOSO...
UNA DESCRIPCIÒN, REALMENTE SUBLIME.
GRACIAS POR TU EXQUISITA SENSIBILIDAD, QUE SABES TRANSMITIR, TRADUCIR EN PALABRA ESCRITA. ES SIIN DUDA, UN DON MAYÙSCULO, QUE LAMENTABLEMENTE NO TODOS CONOCEN.
GRACIAS POR COMPARTIRLO, AMIGA...
¡BELLÍSIMO CRIS!, aunque triste. Creo que puede ser la historia real de algún habitante de Argentina, aunque cambie el escenario. ¡Tantas historias que no sabemos!.
Realmente muy merecido el primer puesto y ojalá tengas ánimo para continuar porque, aunque no soy crítica, lo hacés muy bien.
¡FELICITACIONES!
Realmente muy merecido el primer puesto y ojalá tengas ánimo para continuar porque, aunque no soy crítica, lo hacés muy bien.
¡FELICITACIONES!
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