En la actualidad, la fuerza del consumismo se ha acrecentado de tal manera, que el pensamiento del hombre se ha visto distorsionado, y su motivación se ha convertido en más extrínseca que intrínseca.
Más allá de la creación de compulsiones obsesivas por tener para ser; el consumismo ha generado, así como los modelos centrados en competencias y la globalización; el desarrollo de psicopatologías tanto de carácter neurótico, como psicótico ante la insuficiencia de nuestros recursos para adaptarnos. Ahora podemos ver más personas enfermas, más personas con dificultades para relacionarse con su entorno. Trastornos como la depresión, histeria e hipocondriasis se han convertido en algo normal e incluso cotidiano.
Ell hombre actual, a diferencia de generaciones pasadas, se encuentra sometido a mayores situaciones estresantes, provenientes de la importancia que se le ha dado a la posesión como fuente de valor del ser humano; el hombre actual ya no se adapta ni a su condición, ni a su medio, y esto altera todas las áreas de su vida.
El consumismo nos ha vuelto hedonistas, y, aunque la sensopercepción es una experiencia no sólo sana, sino también necesaria para descubrir e interpretar el mundo en que vivimos, la búsqueda del placer como fin de la vida provoca individualidad y egoísmo, nos divide como sociedad, nos hace pasivos, a la par de que nos vuelve seres más irresponsables e inconscientes de nuestras causas y motivaciones verdaderas. A su vez, el consumismo y hedonismo exigen dinero, exigen trabajar y ganar sólo para consumir, lo que modifica nuestra conducta, nuestra forma de desenvolvernos y motivos para hacer las cosas, nos hace sentir placer únicamente ante estímulos tangibles, nos vuelve dependientes del contexto, genera ansiedad como síntoma, y en ocasiones esta se convierte en un trastorno de la conducta.
Como es evidente, dicho modelo no nos hace más felices que a otras generaciones con estilos de vida menos permisivos y consumistas, ni tampoco nos hace más productivos, puesto a que ahora, la evasión se ha vuelto un estilo de vida; desde los trastornos de pensamiento, la utilización de drogas para escapar de la realidad, el suicidio, el recurso de la delincuencia como medio para llegar a un fin, es decir: la satisfacción de las necesidades consumistas que tomamos por nuestras al no tener una identidad estable y convicciones que distingan lo que es nuestro por naturaleza y elección, de lo que pertenece a la sociedad y a sus intereses.

Las nuevas generaciones huyen de la realidad, en vez de enfrentarse con el mundo no como estímulo extrínseco, sino como la realidad que es.
Evadir es involucionar, es regresar a nuestros principios, es perder un poco de humanidad.
Y por supuesto, se basa más que en resultados, en simples intenciones que no se cristalizan, y que dejan de lado un aspecto importante: somos sociales por naturaleza. Ser improductivos si viviésemos aislados no representaría problema alguno –aparentemente- pero no es así. Con nuestra voluntad o sin ella, somos parte de una sociedad, y una sociedad que en su mayoría conoce a fondo nuestros conflictos pues los vive personalmente.
Mientras más cosas tenemos a nuestra disposición, mientras más dejamos en manos de lo material, menos libres somos, más controlables somos.
Quien deja el control de su futuro y de su bienestar en el consumismo, está condenado a la frustración, pues tendrá más problemas y menos entereza para resolverlos, es decir, el hombre consumista es prisionero de su necesidad de poseer como medio para sentir que en el mundo es parte de algo.
La publicidad, los medios de comunicación crean sin discriminación nuevas adicciones apenas funcionales.
El contexto está lleno de demandas que debemos atender y que siempre estaremos dispuestos a tachar de dictaduras e imposiciones cuando sean contrarias a nuestros deseos, o a los deseos que se nos ha hecho creer que tenemos, y que, a menudo, al no poder satisfacer porque están basados en una lógica no basada en la realidad, se vuelven causa de inadaptación, y el hombre inadaptado destruye su medio por no esperarlo para vivir, porque no se siente parte de él, porque no siente que haya justicia, y todo esto, porque carece de las herramientas más básicas para lograr el bienestar bio-psico-social, la autorregulación autónoma, y la integración de las reglas del mundo exterior con sus pensamientos, emociones y comportamientos nacidos de manera espontánea e interna.
El hombre inadaptado no es productivo y sus conductas son desaprobadas por la sociedad. Basta con mirar en los centros de readaptación social, que están llenos de personas cegadas por el deseo de tener, para entonces, y sólo entonces, poder ser.
Los delincuentes contemporáneos no actúan motivados por la exclusión social como causa primaria, sino por la exclusión del consumo, es decir, las clases medias y bajas, al no poder acceder al estilo de vida ostentoso de la clase alta a través del camino legal, por la falta de oportunidades laborales, falta de educación, de recursos, comportamientos sociales aprendidos, y otros motivos, recurren al delito, más no en búsqueda de la sobrevivencia, lo cual sería fácil pensar; la gente que delinque no siempre lo hace por hambre o por salir de la pobreza misma, sino por el lujo y el grado de aceptación que el dinero trae consigo; se roba para gozar de lo distinguido, de las marcas, de los viajes, de “lo bueno”, de eso que tiene la gente rica, la gente destacada, y la gente de poder que sirve como estereotipo de la vida perfecta, lo que inconscientemente se relaciona con la vida feliz.

Un delincuente hoy en día es más complejo, no roba por comida, no roba por estabilidad, ni por la proyección de una buena vida a futuro, ni para solventar un negocio o para comprar tierra firme donde vivir, una casa, sino para evitar la discriminación, la exclusión, para disfrutar del consumo inmediato, de la pretensión, de la envidia, del respeto y la admiración, para lucir la brillantez social del dinero, que en nuestra sociedad poco importa si es limpio o sucio, porque no deja de ser dinero al fin, y porque el consumo exige recursos; el consumo exclusivo es la meta, y los medios, los medios poco importan, mientras se obtenga. El delincuente se involucra en cuestiones ilegales, más no por la maldad reprobable que se le asigna, sino por las influencias que determinan sus conductas desde el uso de razón, desde la familia, desde que llega a un lugar de impartición de educación y descubre la existencia de las clases sociales, las diferencias en el trato, en el respeto, en la simple forma de mirar a quien tiene y a quien no, descubre la discriminación, sea esta sutil o deliberada, y descubre las ventajas, los beneficios y los privilegios que disfruta quien tiene, y los infortunios que sufre quien carece, pese a los maravillosos y estructurados discursos de la igualdad social y la tolerancia, que en la práctica pocas veces se llevan a cabo.
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