De hombre cazador a hombre urbano violento
Por: Marco Castillo

¿Se puede achacar el carácter depredador de los homínidos antepasados del hombre la agresividad que este manifiesta en sus relaciones actuales en espacios urbanos? S.L. Washburn una de las máximas autoridades en la materia del estudio del Adán con el hombre cazador presenta su premisa explicando que dado a que el hombre vivió el 99% de su historia cazando, debemos nuestra biología, nuestra psicología y nuestras costumbres a los cazadores de nuestra génesis histórica. En un sentido muy real nuestro desarrollo intelectual, nuestros intereses, emociones y vida social en un sentido básico son el resultado de procesos evolutivos en donde la adaptación del arte de cazar influyó grandemente en lo que hoy somos.
Lo más importante de este análisis es determinar si la psicología del hombre cazador como lo plantea S.L. Washburn es una psicología de carnívoro con un impulso y placer por matar. Trasladando la idea del hombre carnívoro a realidades más evolucionadas y civilizadas encontramos miles de cuadros en la historia que nos muestran a la tortura y el sufrimiento como parte de espectáculos públicos en donde los individuos gozan con el dolor de otros (circo romano, las peleas callejeras con apuestas, peleas de perros, linchamientos, periódicos sensacionalistas que venden el drama y el dolor humano).
Es fácil enseñar a la gente a matar, y es difícil generar en los individuos las costumbres que eviten la muerte. Muchos seres humanos gozar con las tragedias de los demás y gozan con la eliminación de otros no afines a su persona, las palizas, torturas y muertes públicas son comunes en muchas culturas y en el caso de Guatemala un proceso degenerativo que se hace común en nuestra cultura.
Para S.L. Washburn no solo es el matar sino la crueldad forman parte de esta psicología de cazador, de ahí que Washburn analiza la crueldad que opera en las guerras que institucionalizadas se convierten en vías de acceso a la gloria social del individuo que elimina.
Washurn revisa la facilidad con que la psicología cazadora ha pasado a formar parte de la psicología humana que incluso se justifica y aprueba socialmente, al punto que los niños a corta edad se les prepara para la guerra, la caza y la lucha (escuelas militares, juegos y videojuegos bélicos, maras o pandillas, porras bravas de equipos, racismo y estigmatización social de individuos de proveniencia marginal. Agregado mío). ¿Es posible que silenciosamente el hombre ha ido creando una pedagogía de la muerte, una escuela institucionalizada o no institucionalizada que enseña la cinegética humana y la destructividad manifiesta en la violencia que vivimos hoy en nuestro mundo y nuestro país? ¿Es la mara, el crimen organizado, el narcotráfico o los grupos de limpieza social un ejemplo de lo que esta destructividad humana puede crear en sus laboratorios experimentales, sobre como generar más satisfactores a los individuos sedientos de muerte y urgidos de sangre humana para poder vivir en plenitud?
Dice Washurn que mucha gente goza matando y obrando cruelmente, y así parece ser, pero eso significa que hay individuos sádicos y culturas sádicas, lo que nos haría pensar si nuestro país no esta entrando en un proceso autodestructivo donde la insensibilidad por el dolor ajeno nos llevan silenciosamente a la formación de individuos sádicos que encuentran en esta realidad un asidero fértil para desarrollar su destructividad y necrofilia.
Pero así como existen sádicos y culturas sádicas también existen individuos y culturas de paz que no apoyan ni comparten la destructividad y que ese sadismo y crueldad se manifiesta en un tipo de individuo frustrado, sin sentido de vida, en una clase social impotente, con poco placer por la vida, por que la misma no les da respuestas de realización humana, como paso en la historia con realidades marginales de grupos sociales desfavorecidos como la clase baja de Roma a quien se le compensaba su frustración y marginalidad con espectáculos sádicos como lo era el circo romano o la clase media inferior alemana sector del que Hitler saco a sus más fanáticos adeptos, o los movimientos populistas actuales muy frecuentes en Latinoamérica que ganan sus adeptos en los estratos marginales incentivando su sed de venganza y revancha social (vale la pena revisar en Guatemala casos como el jueves y viernes negro donde las turbas de individuos desarrollaron manifestaciones violentas altamente destructivas o como se han usado a grupos maras en procesos de autoeliminación como el caso de la prisión del Hoyón en Escuintla o el Centro de Detención de Menores Gaviotas o los grupos de limpieza social que utilizan en sus filas personas participantes o que participaron en cuerpos de seguridad pública o privada. Agregado mío).

Las anteriores reflexiones también nos llevan a pensar que el placer de cazar no produce necesariamente placer de la tortura. El hombre cazador del pasado o el hombre cazador de hoy no sienten en general un placer por matar al animal con crueldad o con sadismo lo que prueba que la destructividad no se justifica en el hombre moderno porque su antepasado fuera el hombre cazador. Incluso hay culturas del pasado que pedían perdón por matar a un animal y solo lo hacían en necesidad de sobrevivencia. Incluso fue la caza la primer escuela que hizo autodidacta al ser humano (W. S. Laughlin, 1968.) lo que nos lleva a concluir que la caza del hombre antiguo y la caza deportiva del hombre moderno no la movió o mueve el placer de matar sino el aprendizaje y el ejercicio optimo de destrezas, propias de la evolución psicomotris del mismo hombre.
Es importante revisar la tesis de Washurn de la facilidad con la que puede interesarse a los niños a la guerra, caza, lucha o el uso de los juegos bélicos olvidando que a los niños se pueden ser inducidos a cualquier clase de pauta de comportamiento culturalmente aceptado y practicado socialmente. La revisión de la historia evolutiva del hombre nos muestra como los cazadores primitivos eran característicamente incruentas, y por lo general no tenían el objetivo matar, mucho menos disfrutar con el dolor provocado en el adversario.
Si nos separamos de la línea de análisis de Washurn podemos reconocer que el hombre en su comportamiento cazador ha generado dos pautas genéticamente programadas: la cooperación y la participación, vistas hoy en día incluso en miembros de una misma banda o grupo organizado que inducen a la cooperación y reparto, no necesariamente a la muerte y crueldad.
Lamentablemente esas dos pautas: la cooperación y el reparto han sido hondamente reprimidos en culturas cuya organización no alienta las virtudes y si el egoísmo despiadado. Sin embargo se han encontrado culturas fuera del mundo industrializado contemporáneo que aún manejan e incentivan esos valores. En realidad en muchas de las manifestaciones humanas actuales se visualiza ese respeto y valor por la vida, en actos espontáneos que se dan todos los días y donde se manifiesta una profunda tendencia a la no destructividad, incluso el soldado o el policía no ve al enemigo o delincuente con odio o destructividad, y solo excepcionalmente comete crueldades, más se advierte un grado notable de control y neutralización del individuo más que de eliminación y destructividad. En la vida civil miles de personas arriesgan su vida a favor de otros, estudiosos dedicando sus talentos a salvar vidas humanas víctimas de pandemias tan crueles como el SIDA o el Cáncer, pero muchos de esto actos devienen de impulsos profundos los cuales no somos capaces de captar y mantener de forma sostenible por considerarlos tonterías o cursilerías de idealistas.
Nuestra sociedad, con poder casi ilimitado para suprimir vidas disóciales como se llaman ahora las personas que actúan al margen de las normas sociales, políticas o económicas, aunque este actuar este referido a códigos de ética civil más amplios o por lo que jesuiticamente se conoce como la objeción de conciencia, justifica su actuar en defensa y derecho del control en el entendido que la crueldad y la destructividad no son engendradas por el sistema social sino que son cualidades innatas en el hombre. Esta postura muy referida al enfoque del hombre cazador de Washurn ha quedado evidenciado su falaz argumento al revisar que muchos de los argumentos que suelen atribuirse a la naturaleza del hombre primitivo (destructividad, crueldad, violencia) están notablemente ausentes en los hombres menos civilizados, incluso sus relaciones con otros grupos (bandas u hordas) no se niega el acceso a los recursos de la naturaleza como hoy pasa bajo el principio de propiedad privada, ningún individuo es dueño absoluto de los recursos naturales ya que estos pertenecen al colectivo, y su defensa es únicamente en casos de defensa de este bien social, la responsabilidad por lo mío y el otro y la solidaridad plasmado el las leyes de reparto denotan una ausencia de la dominacia y sumisión del hombre sobre otro hombre.
Esta dominancia y sumisión aparece como una adaptación del hombre a los nuevos ordenes sociales y económicos, una dominancia basada en el PODER de una élite que diferencia, margina, impone y manipula los recursos y las posibilidades de acceder a los recursos naturales, que incorpora la figura del jefe como director principal que monopoliza el poder, caso que se demuestra que en el hombre primitivo no pasaba y que la igualdad equilibraba las relaciones de forma sana y no destructiva como hoy se manifiesta en el hombre moderno.
En el hombre primitivo las posibles querellas o guerras eran relativamente raras y en sociedades de bandas u hordas constantemente había amenazas, pero existían mecanismos para evitar su aparición, para H. H. Turney- High (1971) “el arte de la guerra aparece tardíamente en la evolución humana ya que la misma requiere de un nivel alto de conceptualización”.
Pareciera que la apertura a una sociedad moderna con libres mercados y economías globales centradas en la competitividad ha significado para el hombre moderno vivir en una tragedia doble, que empieza por la insuficiencia de los recursos y termina con la privación de los mismos, lo que nos condena a vivir a trabajos forzados toda la vida. El hombre moderno con toda su tecnología no ha logrado alcanzar el bienestar para todos y se debate en el drama de la ausencia de recursos, falta de empleo, pobreza extrema de muchos, ausencia de servicios médicos a grupos mayoritarios, educación de calidad para todos, violencia, criminalidad y pandemias como el SIDA que no logra controlar con su sofisticada tecnología.
La pobreza no es propiedad de los medios técnicos que hoy disponen las sociedades modernas sino que es una relación entre los medios y los fines y que de esa relación se deriva el progreso o la desigualdad en un mundo donde las desigualdades y el canibalismo social esta devorando al hombre moderno convirtiéndolo en un hombre urbano violento y autodestructivo que responde a la hostilidad de un medio ambiente que devora hasta las raíces primigenias de de la realización llevando al hombre moderno común al mayor grado de indigencia humana.

Para Q. Wringht, 1965) La belicosidad del hombre moderno y la intolerancia no es una función de pulsaciones naturales, sino que se desarrollan con la civilización y acelerada urgencia de satisfactores. Cuanto mayor sea la división del trabajo en una sociedad, más belicosa e intolerantes son las relaciones, la perdida del equilibro entre grupos y entre el grupo y su medio físico genera violencia y por ende un espíritu listo para violentarse con destructividad. Esto viene a demostrar que la agresividad primaria o no provocada no es un elemento inherente a la naturaleza humana (E. Glover y M. Ginsberg, 1934) y que nuestro hombre urbano violento solo es el resultado de un proceso degenerativo que la modernidad no ha podido controlar en su afán compulsivo de competencia, eficiencia, privatización y la tribilización de valores profundos como la responsabilidad y la solidaridad.http://macocastillo.blogspot.com/2006/03/de-hombre-cazador-hombre-urbano.html